Hablemos de resiliencia

¿Qué es la resiliencia?

 “La resiliencia es la capacidad de una persona o de un grupo para desarrollarse bien, para seguir proyectándose en el futuro a pesar de los acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas, a veces, graves”, señalan los autores Boris Cyrulnik, Michel Manciaux, Stefan Vanistendael y Jacques Lecomte.

Se basa en las posibilidades y los recursos internos de una persona para sanar sus heridas emocionales, siempre que se le provea de un entorno solidario que potencie estas cualidades. No es algo con lo que se nace o se obtiene de manera fortuita.

Los niños y niñas no desarrollan por sí mismos los rasgos de resiliencia, estos son de naturaleza interpersonal y dependen de la calidad de las relaciones que han tenido.

La resiliencia se construye a lo largo del desarrollo vital, siempre y cuando las madres, los padres y adultos en la red psicosocial del niño se involucren, tengan presencia afectiva y con límites claros, flexibilidad, capacidad de resolver problemas, habilidades de comunicación y la destreza para participar en redes sociales de apoyo.

La resiliencia requiere trabajo, apoyo de personas y experiencias significativas para desarrollar cualidades que permitan enfrentar constructivamente los problemas y adversidades de la vida, aprendiendo y creciendo a partir de ellas.

Dónde poner atención

Si bien, la resiliencia es un proceso que se empieza a construir desde que nacemos, gracias a los buenos tratos, que sientan las bases de un desarrollo sano físico y mental, constantemente estamos en el camino de cultivar la resiliencia, aún sin haber recibido buenos tratos. Así podemos identificar dos tipos de resiliencia, la primaria y secundaria.

La resiliencia primaria emerge de los cuidados y buenos tratos en la infancia, particularmente entre los 0 y 3 años. Se basa en la experiencia de contar desde el inicio de la vida con madres, padres o cuidadores competentes que proporcionan seguridad. A través de la empatía, el afecto, la sensibilidad, así como la contención y los límites, estos cuidadores proporcionan el fundamento esencial para el desarrollo y el bienestar en el mundo. Este vínculo seguro de apego permite que el cerebro y la mente se organicen adecuadamente, funcionando como la primera escuela de aprendizaje emocional y social.

La resiliencia secundaria se da en niñas o niños que no han contado con una experiencia de apego suficientemente segura o han sufrido experiencias traumáticas, especialmente durante la infancia, como el abandono, la negligencia, el maltrato, la pérdida de seres queridos, así como también habiendo experimentado otros traumas severos como guerras, pobreza, privaciones, exilio y enfermedades. 

Gracias a personas significativas o experiencias de apoyo, es posible extraer recursos necesarios para reconstruirse. Son aquellas personas que conocemos como “tutores de resiliencia” quienes, de manera explícita o implícita, cambian la percepción sobre nosotros, nos aceptan incondicionalmente, creen en nuestras capacidades, nos brindan oportunidades y recursos para encontrar un punto de apoyo desde el cual transformarnos y sanar las heridas emocionales o psíquicas, proyectándonos hacia el futuro como seres humanos válidos y dignos. Es el tipo de apoyo que NNA como adultos necesitamos en momentos críticos para desarrollar resiliencia.

¿Cómo podemos favorecer la resiliencia?

Brindar experiencias que favorezcan la emergencia de la resiliencia en niños, niñas y adolescentes, que aporten a la resignificación del daño producido a nivel de la familia, las instituciones y la sociedad, es el norte que nos debe guiar, por lo tanto, nuestras intervenciones deben basarse en acciones destinadas a:

(Barudy, conferencia «Los buenos tratos y la resiliencia infantil en la prevención de los trastornos del comportamiento”)

¡Fórmate con nosotros!

Sé parte de la comunidad PROTEGE y transformemos la vida de niños, niñas y adolescentes que han sido gravemente vulnerados.

Compartir en:

Otras notas de interés