¿Qué es la empatía?
La empatía, entendida como la intención de comprender los sentimientos y emociones de un individuo frente a una determinada situación, intentando experimentar de forma objetiva y racional lo que siente, es un componente esencial en el desarrollo saludable de cualquier ser humano. Para los niños, niñas y adolescentes que han sufrido traumas complejos, ser tratados con empatía es crucial, para comenzar a desarrollarla.
Quienes han sufrido malos tratos tienen dificultades para desarrollar la empatía, lo que representa un desafío para los equipos de las residencias. Un aspecto clave es lograr que puedan reconocer su dolor y expresarlo en un espacio seguro, contenedor y empático.
La empatía tiene dos componentes principales: el cognitivo, que implica la capacidad de tomar perspectiva, y el afectivo, que es la capacidad de resonar emocionalmente con otra persona. Ambos componentes deben trabajar juntos para una respuesta empática efectiva.
Dónde poner atención
Es crucial comprender las causas del malestar del niño, niña o adolescente reconocer las intenciones y necesidades subyacentes a sus conductas. Es importante entender que quienes han sufrido trauma tienen un cerebro desorganizado que requiere ser organizado, por lo que es imprescindible desarrollar la capacidad mentalizadora o reflexiva.
¿Qué es la capacidad mentalizadora o reflexiva? Es la habilidad que nos permite percibirnos como seres que tomamos decisiones basadas en nuestros estados mentales que incluyen pensamientos, creencias, emociones, deseos e intenciones.
Para ello tenemos que enfrentarnos a nuestra propia historia y experiencia afectiva, reconociendo qué nos hace comprensivos con unas cosas e intransigentes con otras.
No empatizamos o nos es más difícil hacerlo cuando nuestras emociones se intensifican y, por tanto, nuestros procesos reflexivos están disminuidos. Generalmente esto pasa cuando nos sentimos agredidos y a los niños les pasa lo mismo. Por ejemplo: una voz golpeada puede sentirse como amenazante para un niño y, por tanto, ser gatilladora de respuestas agresivas.
El niño no es capaz de darse cuenta de lo que le está pasando o funciona en plan de piloto automático. Frente a una acción que identifica como amenaza, usa los recursos que conoce hasta el momento. Nuestra labor es mostrarle que podemos reaccionar diferente y por lo tanto él puede hacerlo también. Es importante regular nuestras emociones, usar la capacidad mentalizadora y reflexiva cuando el niño o niña está desregulada, poniendo atención en lo que a mí me genera la situación y en lo que le pasa a él o ella.
En este sentido, debemos cuidar nuestra forma de comunicarnos, ya que los niños con apego inseguro son especialmente sensibles al lenguaje pre verbal: tono de voz, gestos, miradas y postura del adulto.
También, es importante poner atención en la forma en que manifestamos nuestra empatía, teniendo especial conciencia en las siguientes:
Empatía proyectiva atributiva: atribuir al niño o niña emociones que yo sentiría frente a determinadas situaciones y respondo desde esa necesidad que es mía, por tanto, dejo de ver las del niño.
Empatía proyectiva coercitiva: minimizar, evitar o bloquear el dolor del niño o niña, para evitar su sufrimiento por omisión.

Estrategias para fomentar la empatía
Sintonización:
Conectar con el niño, validando su dolor y sufrimiento. Esto implica escuchar con todo el cuerpo, estar atentos a las manifestaciones no verbales y cuidar el lenguaje verbal y no verbal. Usar frases como: “siento tanto lo que ocurrió. Cuéntame un poco lo que pasó. Entiendo que estés molesto/a”.
Juego y Presencia Lúdica:
Fomentar espacios de juego, especialmente el juego de roles, que ayuda a los niños a ponerse en el lugar de los demás, que es fundamental en la toma de perspectiva. Por ejemplo, jugar a la profesora, les permite ponerse en el lugar de ella, en lo que siente y cómo debiera actuar frente a un curso.
Conversación:
Fomentar una comunicación abierta y constante, donde se pongan palabras a las emociones de los niños y se muestre comprensión.
Recuerda que para ser empáticos debemos identificar lo que el niño siente o piensa y responder con una emoción adecuada. Para ello es importante poner en práctica lo siguiente:
- Escuchar, con todo el cuerpo, manifestando interés.
- Estar atentos a las manifestaciones no verbales, no solo a lo que se dice, también a cómo se actúa.
- Cuidar nuestro lenguaje verbal y no verbal: miradas, posturas, prosodia (tono de voz).
- Mostrar comprensión, por ejemplo: me puedo imaginar que tienes pena por la situación.
- Poner en palabras lo que siente en forma de hipótesis, por ejemplo: ¿es posible que tengas rabia por lo que sucedió?
- Mostrar y fomentar el contacto visual.
- Generar contacto físico en función de cómo va siendo tolerado.
Es crucial afinar nuestro comportamiento respecto de las intervenciones educativas terapéuticas para contener los afectos inquietantes del niño, por tanto, es importante focalizarnos en:
- Reconocer lo que hay detrás del comportamiento del niño, mejorando nuestra capacidad de deducir las intenciones, deseos, necesidades, motivaciones que subyacen a sus conductas.
- Comprender la causa y el malestar cuando hay incidentes, la de ellos y la nuestra.
- Afrontar el malestar para transformarlo en algo constructivo.