El enfoque territorial invita a comprender que cada lugar tiene características únicas que influyen en la vida de las personas y en la manera en que se configuran sus relaciones, oportunidades y desafíos. Para los equipos de residencias esta mirada ayuda a entender y relacionarse con el contexto en el que operan y el territorio de origen de cada niño, niña y adolescente a su cargo, de manera de convertirlo en una herramienta que posibilite una intervención integral.
Conocer el entorno donde se inserta Programas de Acogimiento Residencial implica identificar sus características geográficas, económicas y sociales, reconocer su historia colectiva, sus rasgos culturales, las autoridades locales y los actores comunitarios. Saber qué recursos están disponibles, cuáles son los factores de riesgo y qué redes de apoyo existen en el sector. Pero además de conocer, este enfoque insta a generar un vínculo entre la residencia y la comunidad, facilitando el acceso a los recursos que el territorio ofrece, promoviendo a su vez la prevención de vulneraciones y reforzando la residencia como un espacio de referencia seguridad para la infancia.
Sin embargo, el territorio no se limita solo al espacio donde se encuentra la residencia, es preciso considerar el lugar de origen del niño, niña o adolescente, en el entendido que éste forma parte de su identidad
y entregará indicios importantes de su comportamiento, forma de relacionarse, experiencias e incluso, sus expectativas de vida a futuro. Reconocer este vínculo, posibilitará un acompañamiento adecuado en su proceso de restitución de derechos y en su preparación para la reunificación familiar.
Dónde poner atención
El vínculo con la comunidad:
La residencia no debe ser un espacio aislado, sino que debe formar parte activa de su entorno. Esto implica conocer a los actores relevantes del territorio, generar relaciones de confianza y alianzas con organizaciones locales, autoridades, juntas de vecinos y otras instituciones. Esto facilita el acceso a oportunidades para los niños y niñas, así como la prevención de vulneraciones en todo el territorio.
La diversidad de experiencias y culturas:
En una misma residencia pueden convivir niños y niñas provenientes de distintos territorios, con formas de vida, costumbres y códigos propios. Lo que puede parecer extraño o inadecuado desde una perspectiva, puede ser completamente común en otro contexto. El desafío es reconocer estas diferencias, entenderlas y abordarlas sin imponer un solo modelo de comportamiento.
El contexto individual en el proceso de intervención:
Comprender la historia de un niño o niña, debe considerar su territorio de origen, con sus particularidades, ya que permitirá desarrollar estrategias más efectivas y respetuosas con su realidad.
Buenas prácticas
- Mapeo y diagnóstico del territorio: Realizar un levantamiento de información sobre el entorno de la residencia y los territorios de origen de los niños, niñas y adolescentes. Identificar redes de apoyo, recursos disponibles, actores comunitarios clave y factores de riesgo. Es importante que los equipos conozcan su entorno, se relacionen con las redes locales y trabajen en conjunto con la comunidad.
- Reconocer y respetar las diferencias territoriales: Evitar juicios basados en una única forma de vivir. Asegurar que las intervenciones sean pertinentes a la realidad de cada niño, niña y adolescente, respetando sus costumbres y experiencias previas, además de realizar un trabajo de información y comprensión con sus pares.
- Preparación para el egreso: Acompañar a los niños, niñas y adolescentes en su proceso de retorno a su comunidad de origen, fortaleciendo sus vínculos y asegurando que cuenten con redes de apoyo para su reinserción. Este debe ser un trabajo realizado en conjunto con la familia y/o adultos significativos.
- Trabajo intersectorial: Coordinar con actores de diferentes sectores, como educación, salud y servicios sociales, para ofrecer una respuesta integral y contextualizada a las necesidades de los niños, niñas y adolescentes.