Autolesiones, comprender para acompañar

Las autolesiones en niños, niñas y adolescentes no son un simple “llamado de atención”, se trata de un grito de auxilio que muestra un sufrimiento profundo y de falta de recursos internos para manejarlo. En los contextos residenciales, constituyen un síntoma recurrente de trauma que necesita ser comprendido y acompañado con sensibilidad.

Las autolesiones corresponden a conductas intencionales en las que una persona se provoca daño físico en su propio cuerpo, sin que exista la intención de suicidio al momento de infringirse la lesión o lesiones. Es posible identificar estas lesiones como cortes en brazos y/o piernas, rascarse en exceso hasta dañarse, quemarse, golpearse, arrancarse el cabello o insertar objetos en la piel. Se repiten en el tiempo y suelen aparecer en la adolescencia —entre los 12 y 16 años—, y su finalidad más frecuente es regular emociones intensas y dolorosas.

Cuando hablamos de niños, niñas y adolescentes que han vivido traumas graves —abuso, negligencia, abandono, entornos caóticos o altamente invalidantes—, el dolor físico puede funcionar como una vía para dar forma y controlar un dolor emocional difuso e intolerable. Las heridas en la piel representan lo que no puede ponerse en palabras.

Por eso, en los Programas de Acogimiento Residencial Terapéutico, la autolesión suele observarse de manera recurrente como una estrategia que muchos niños, niñas y adolescentes encuentran para calmar su dolor emocional en un presente que todavía sienten inseguro.

Muchos de estos jóvenes viven procesos de disociación, es decir no logran identificar qué sienten ni de dónde proviene su dolor. Aquí, la mentalización es una herramienta esencial para ayudarles a poner en palabras sus emociones, validar su experiencia y ofrecerles seguridad en el presente. Nombrar lo que sienten —rabia, tristeza, miedo— y sostenerlo sin juzgar contribuye a fortalecer la resiliencia y abrir caminos de regulación saludables.

Un error frecuente es intentar eliminar la conducta de inmediato. Si se corta de raíz sin entregar alternativas, se priva al NNA de su única estrategia para sobrevivir emocionalmente. Por tanto, es importante evitar: minimizar o ridiculizar, “solo lo haces por llamar la atención”; mostrar enojo o desesperación frente a la conducta; castigar o retirar privilegios por haberse autolesionado; obligar a prometer que no volverá a hacerlo, ya que genera más angustia y frustración.

¿Qué hacer frente a la autolesión?

Atender la herida sin juzgar:

Es importante comenzar valorando la gravedad de la herida para determinar si basta con una limpieza básica y curación simple o si requiere derivación médica inmediata. Durante la atención, se debe actuar con calma y respeto, evitando gestos de rechazo, comentarios despectivos o interrogatorios, de modo que el cuidado sea siempre neutral y transmita protección. Asimismo, resulta esencial mantener la dignidad del niño, niña o adolescente, procurando privacidad para no exponerle frente a otros. En los casos en que la lesión sea profunda, comprometa tejidos o exista riesgo de infección, corresponde activar los protocolos de salud y acompañar al NNA en la atención médica. El propósito en este primer momento no es explicar ni corregir la conducta, sino garantizar su seguridad física y emocional.

Contener emocionalmente:

Una vez atendida la herida, la respuesta emocional del adulto resulta tan importante como el procedimiento médico. Es fundamental validar el sufrimiento, reconociendo que algo duele mucho aunque el niño, niña o adolescente no logre expresarlo con palabras. El tono debe ser sereno y empático, utilizando frases breves como “estás a salvo” o “estoy aquí contigo”, que transmiten seguridad y calma. Al mismo tiempo, se deben evitar los cuestionamientos directos como “¿por qué lo hiciste?” o “¿qué ganas con esto?”, ya que solo aumentan la culpa y el retraimiento. Finalmente, la presencia reguladora del adulto —quedarse cerca, sentarse al lado o estar disponible para un abrazo si lo permite— constituye un recurso para sostener y acompañar de manera segura.

Estrategias de regulación y alternativas a la autolesión

A mediano plazo, es fundamental dotar al NNA de recursos de autocontrol que puedan sustituir gradualmente la autolesión. Algunas técnicas son:

Regla de los 90 segundos:

enseñar que las emociones intensas tienen un pico breve; beber agua, mojarse la cara o caminar permite atravesar ese momento sin dañarse.

Respiración consciente:

inhalar profundamente contando hasta 4, mantener el aire en 4 tiempos y exhalar en 6–8. Esto calma el sistema nervioso.

Estimulación sensorial segura:

apretar una pelota antiestrés, usar una banda elástica en la muñeca sin daño, mojar las manos y brazos con agua fría.

Nombrar emociones:

guiar con frases como “parece que sientes rabia/tristeza” para ayudar a poner palabras al dolor.

Externalizar el malestar:

escribir en un cuaderno, dibujar o usar colores para simbolizar lo que no puede decirse con palabras.

Anclaje en el presente:

ejercicios de mindfulness simples, como describir 5 cosas que ve, 4 que toca, 3 que escucha, 2 que huele, 1 que saborea.

Movimiento físico intenso:

correr, bailar, saltar la cuerda, andar en bicicleta.

Conexión social segura:

conversar con un adulto de confianza o un par significativo dentro del programa.

¡Fórmate con nosotros!

Sé parte de la comunidad PROTEGE y transformemos la vida de niños, niñas y adolescentes que han sido gravemente vulnerados.

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