Intervención sensible al trauma en residencias de protección, un cambio de perspectiva

Abrir la posibilidad de comprender mejor los comportamientos disruptivos de niños, niñas y adolescentes, en base a sus vivencias, evitando juzgar desde lo que en apariencia está mal. Plantearnos ¿qué le está pasando?, ¿qué está sintiendo?, abordarles desde un trato respetuoso, empático y compasivo para el aprendizaje de la resiliencia. Este es el enfoque que nos plantea la “intervención sensible al trauma”. Una mirada de la psiquiatría relativamente reciente, llena de desafíos y también de avances en el área de las residencias de protección.

Se trata de un enfoque que se basa en el entendimiento de cómo el trauma afecta el desarrollo infantil, a tal punto de “afectar en distintas áreas como el desarrollo de la atención, cognitivo, de la regulación emocional, de la identidad, de quién soy en el mundo”, según nos cuenta la psiquiatra infanto juvenil, diplomada en Traumaterapia Sistémica de IFIV-Paicabí, Carmen Lagos, con quien conversamos en extenso sobre el tema.

“Cuando las experiencias adversas y los malos tratos o negligencias vienen desde las figuras significativas, que son las que te tienen que cuidar y proteger, se va afectando tu desarrollo y se va generando lo que llamamos trauma complejo, que es una forma de ser y estar en el mundo al que te has tenido que adaptar”, nos relata Carmen.

Es tan profundo que su cerebro se va formando de manera distinta y, por lo tanto, funciona en un estado primario de hiper alerta, con respuestas adaptadas a la sobrevivencia: la lucha, la huida, la paralización o desconexión.

Lo anterior nos permite entender que tanto las experiencias adversas como las positivas en el proceso vital de los seres humanos, modelan el cerebro y el sistema nervioso. “Los niños que crecen en un contexto de buenos tratos, se les forma su cerebro y su sistema nervioso para conectar con el mundo”, dice y continúa, “es fundamental crear un entorno seguro para los niños, niñas y adolescentes en estado de vulneración, transmitiéndoles constantemente señales explícitas de seguridad y estructura.”

Los niños y niñas afectados por trauma, a menudo muestran un desarrollo disarmónico. Pueden tener una edad cronológica, por ejemplo, de 10 años, pero mostrar comportamientos y capacidades emocionales de un niño de dos. 

La intervención sensible al trauma busca ayudar a estos niños a retomar su trayectoria de desarrollo, abordando sus necesidades desde el nivel en el que se encuentran, apoyando su crecimiento emocional y cognitivo. Carmen nos recalca que “cuando uno no tiene esta mirada, no entiende a los niños, no logra conectar y los deja más solos”.

Desafíos para instalar una mirada sensible al trauma

Visibilizar el impacto del trauma en la salud mental infantil es esencial para evitar tratamientos inadecuados, nos transmite Carmen. Y ahí, nos expone uno de los principales desafíos, porque actualmente la intervención sensible al trauma no está incorporada en los diagnósticos de salud mental, por lo que las intervenciones no abordarán las raíces del problema. “Estamos de a poco metiendo más esta mirada -nos dice-, porque creo que el sistema de clasificación actual es más categorial. Por ejemplo, pierde cosas, separa, entonces es déficit atencional. Pero no juntan ese checklist, con la historia del desarrollo”.

En este sentido, otro desafío que Carmen identifica es la articulación con la red de salud. “Porque creo que Salud tampoco sabe de este enfoque y al no saber, muchas veces no tiene los conocimientos para tratar a los pacientes o hay poca disponibilidad de profesionales”.

Carmen nos cuenta que muchas residencias de protección ya están adoptando el enfoque de intervención sensible al trauma, por lo que el personal involucrado entiende de dónde vienen las conductas de niños, niñas y adolescentes e identifican cuando son necesarias las medidas hospitalarias. Pero, también dice, que existe una gran brecha en términos del marco teórico, que no es común al que se maneja en el sistema de salud.

Es así como el desgaste emocional, la impotencia y la frustración puede permear a los equipos de las residencias, “porque, por ejemplo, las crisis de agitación o los intentos suicidas pasan en contexto de una respuesta más automática y de supervivencia del niño -nos grafica Carmen-. Y cuando se calma, dice ‘pero si no me pasa nada, yo estoy súper bien, nunca me quise matar’. Entonces, le señala eso al médico y él responde ‘pero si este niño dice que está súper bien, entonces váyase’. Y ahí empiezan las desconfianzas, ‘es que las residencias no saben bien cómo tratar al niño’, que a veces también es verdad. Cuando los cuidadores no están bien, puedes desregular a los niños con su actitud más rechazante”.

Y así, Carmen abre otro flanco que se debe abordar. Cuidar a los que cuidan. Prevenir con autocuidado y también con el cuidado de las mismas residencias a sus equipos, para que no se “quemen”, es decir que no cronifiquen el estrés laboral, por la exposición permanente a situaciones de vulneración, de violencia, de frustración. Y Carmen lo explica así:

“cuando uno escucha historias graves se activan las neuronas espejo y la misma parte del cerebro de como si uno las estuviera viviendo. Si como cuidador, estás expuesto una y otra vez a estas historias, te vas a quemar. Y si todos nos quemamos y nos vamos, no avanzamos”.

“Creo que esto todavía no está visibilizado en el sistema como un riesgo laboral real y si no nos hacemos cargo va a seguir habiendo rotación de personal. Pero peor aún, – enfatiza – es cuando las personas se quedan, pero se quedan quemadas, porque terminan desconectadas. Los niños no le interesan y terminan siendo emocionalmente negligentes” y perpetuando la vulneración inicial.

Ciertamente, este es un tema que es aún más reciente que la intervención sensible al trauma y aún no se sabe qué implica cuidar a los cuidadores, ni cómo hacerlo. Para Carmen, los sujetos de intervención en el sistema residencia debieran ser los niños y sus familias, pero también, el equipo.

Avances en las residencias de protección

Aun así, hay mucho que destacar. Carmen nos permite poner el foco en el vaso medio lleno, en el que podemos poner en perspectiva que el concepto de trauma complejo ha evolucionado significativamente en las últimas décadas, integrándose gradualmente en la práctica clínica y la investigación psicológica.

“Por lo menos en las residencias con las que yo trabajo, hemos avanzado en un marco teórico común con el equipo y ya hay menos gente que dice ‘es que esto hay que castigarlo’ o ‘cómo se va a quedar sin sanción’ -relata-. La experiencia que tengo, sobre todo con el grupo Educadoras de Trato Directo, es que uno les da el piso teórico para lo que ellas hacen cotidianamente, que les permite tener los argumentos para decir cuándo hay que ponerle límites y cuándo hay que flexibilizarlos”. Para Carmen, quienes llevan más tiempo trabajando en residencias de protección, a través de las capacitaciones, lo que hacen es ordenar y poner nombre a lo que ya saben experiencialmente y para quienes recién se integran a este trabajo, se les ahorra tiempo y energía en entenderlo por sí mismas.

La experiencia de Carmen refleja cómo la difusión y capacitación transversal en residencias de protección, con enfoque a la intervención sensible al trauma, pueden contribuir a mejorar la práctica cotidiana de cuidadoras y cuidadores, y apoyar el bienestar de niños, niñas y adolescentes.

“Lo que más dicen es que logran entender mejor a los niños y eso las ayuda a responder mejor. Y aumenta la sensación de autoeficacia. Esto no disminuye el burnout, ni el cansancio laboral, pero sí aumenta la satisfacción laboral, que es un factor protector”.

En términos concretos, lo que Carmen ha visto con la aplicación de este enfoque en las revisiones de casos es que “hay una disminución de las crisis de desregularización. No es que no haya, pero son menos frecuentes y de menor intensidad”.

Si bien este campo ha progresado para ofrecer respuestas más comprensivas y efectivas al servicio de la salud mental de niños, niñas y adolescentes, cada una de las interacciones en la vida cotidiana cuentan. Se trata de un desafío que debiera plantearse en forma colectiva y donde cada uno y una de nosotros tiene la posibilidad de transformarse en un adulto significativo. Como señala Carmen al cierre de esta entrevista,

“uno no sabe cuál va a ser el momento significativo para el otro, pero a medida que tú aumentes los momentos de interacción positiva y de interacción sensible, tienes más probabilidades que los niños y niñas tengan esos momentos que les permitan sentirse valiosos y vistos”.

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